martes, 12 de abril de 2011

La casa del árbol


Desde que Daniel tuvo edad suficiente para soñar, quiso tener una casita en la copa de un árbol, una fortaleza que le ayudaría a proteger sus grandes tesoros, esos que cuando somos pequeños son tan importantes conservar, son el poder ante el ataque de un temido pirata. Daniel seguía sus días y sus noches, jugando con sus hermanos y amigos solo visibles para él, sin dejar para tristeza de su madre su sueño olvidado.


La mamá de Daniel no quería que su pequeño se fuese a la casita del árbol, tenía miedo de que pudiera caerse, o una vez instalado olvidara jugar con sus hermanos, y no quisiera bajar nunca más. El verano seguía su curso normal, el calor hacía las delicias de los pequeños que salían y entraban sin cesar del lago que adornaba el final del puente. Daniel, siguió durante sus vacaciones estivales, salvando Princesas con su espada de madera, venciendo a dragones que intentaban reducirlo a cenizas con sus lenguas de fuego.


Estaba siendo un feliz y divertido verano pero Daniel se sentía un poquito cansado y necesitaba hacer su sueño realidad, antes de que el frio invierno se instalase en su corazón, se puso manos a la obra. Todos sus sueños los pasaba como una hormiguita llevando junto al roble, tablas, cuerdas, puntas, que iba apilando junto al tronco. Una noche después de un largo y ajetreado día, Daniel observó que ya no podía soñar, se levantó de la cama de un salto y casi sin darse cuenta como si de un globo se tratara trepo por las ramas del roble y permaneció en su interior boquiabierto, estaba en el interior de su casa soñada y la Paz lo inundo todo…


Aun hoy sigue soñando. Ríe con los juegos de sus hermanos, muchas veces les tira piedrecitas, haciendo que ellos regañen con la nada, increpando mientras rascan sus cabezas a lo que suponen algún animalito camuflado entre los árboles, también mira a su mamá mientras tiende la colada, cocina sus platos favoritos y su padre prepara el columpio de su hermana Carlota, es suficiente para saber que todo bajo el roble sigue su curso normal. Daniel es inmensamente feliz, el tiempo nunca pasa , todos sus amigos antes invisibles en la tierra están ahora junto a él, la inocencia se ha instalado junto a ellos y la tristeza no tiene escaleras para subir.


Las nubes juguetonas se acercan convertidas en grandes galeones con negras banderas ondeando, otras veces se convierten en temidas mazmorras pero siempre salen mal paradas el sol está de su parte sus rayos siempre vencen a las etéreas nubes, que terminan llorando para fastidio de los de abajo que corren a refugiarse dentro de casa. Para Daniel no existe la noche la luz lo inunda todo, en su corazón no pudo instalarse el frio invierno y aunque por su casa no pasa el tiempo que interrumpe los juegos, él siempre se asoma desde su ventana para lanzar te quieros con su arco de colores directos a los corazones de sus padres y hermanos.


Para Joaco , el constructor de sueños, un nido donde vivir eternamente. Con cariño:

Nati del Barco.


Cuando decidí escribir este cuento para que descansara Joaquin, no se me ocurria un sitio donde pudierá estar eternamente feliz y fué mi amigo Anselmo el que me dió la idea principal, La Casita Del Árbol, por esto y mucho más Gracias Amigo, siempre es bonito saber que puedo contar contigo.