sábado, 26 de junio de 2010

Los habitantes de las baldosas


Todo pasaba con la normalidad que tienen los habitantes de las baldosas. Una normalidad muy pequeñita, ellos aman en pequeñito, comen poquito, hablan muy bajito y todo en su mundo es pequeñito y bajito pues tienen que pasar desapercibidos para poder vivir sin ningún peligro exterior.
Estos seres son muy diminutos, son prácticamente imperceptibles para el ojo humano, y digo casi, y digo bien, pues en esta historia que paso a contaros alguien logró verlos, asomándose a la única entrada que tenía el país y lo hizo sin ser consciente de lo que hacía.
Los habitantes de las baldosas de esta historia vivían en las baldosas de la cocina, pero pueden vivir en las del salón, los dormitorios, los cuartos de baños, el jardín… Pero dependiendo de en qué baldosas vivan así eran sus costumbres, trabajos, alimentación…
Nuestros diminutos amigos estaban recién llegados a la cocina pues anteriormente habían vivido uno en el salón y la otra en un despacho, pero al unir sus vidas se marcharon a la cocina. Estos diminutos seres tenían por nombre Peque Jo y Peca Mar y eran muy felices. El carácter de los habitantes de las baldosas es alegre, cantarín , son trabajadores natos, ordenados y muy positivos.
Pues una alegre mañana de verano Jo y Mar después de arreglar su baldosa invitaron a sus familiares a conocer las baldosas de la cocina. Estaban muy contentos porque iban a recibir visita en su hogar.
En el piso de arriba la cocinera pelaba patatas para preparar una gran tortilla que serviría junto con una sopa de comida para toda la familia. Estaba cansada, sus días eran una verdadera rutina y acababa tan agotada de cocinar y limpiar toda la cocina que no tenía nunca tiempo de sentarse a leer un buen libro, con todos los que tenían en casa. Al levantarse para lavar las patatas ya peladas se cayó justo encima de la baldosa de nuestros amigos Jo y Mar un trocito de monda de patata. La cocinera, contrariada por su torpeza, se agachó refunfuñando, pues agacharse no le gustaba nada ya que sus viejas piernas le habían jugado en más de una ocasión algunas malas pasadas al levantarse. Pudo darse cuenta que la baldosa en cuestión estaba algo movida y con arenilla. Entonces lo tuvo muy claro;
-“Por aquí tiene que haber hormigas o cucarachas”, pensó,“ prefiero las hormigas, pero cuando termine de cocinar ya veré como soluciono el problema, no quiero que mi cocina se llene de bichos” y continuó cocinando.
Jo y Mar no pudieron escuchar las intenciones de la cocinera porque sus oídos eran demasiado diminutos para escuchar a tanta distancia y prosiguieron con sus quehaceres canturreando y jugueteando.
El día pasó sin ningún contratiempo, la chica que limpiaba la casa de los que vivían arriba, limpió la cocina fregando el suelo, dando por finalizada las tareas del día, cuando esto ocurría, los habitantes de las baldosas tenían que correr unos teloncitos impermeables para que sus aposentos no se inundasen y cuando el reloj marcaba el tiempo de secado volvían a desplegarlo para que el aire y la luz entraran por las diminutas rendijas de su baldosa.
Jo y Mar estaban pensando en aumentar la familia pero querían vivir un tiempo en esta baldosa de la cocina para comprobar su seguridad, no querían precipitarse en la decisión más importante de sus vidas, y mientras esperaban el tiempo oportuno, todo transcurría con normalidad.
Los habitantes de las baldosas duermen muy poquito y siempre lo hacen apoyados uno contra otro, con las piernecitas en alto, solo utilizan un diminuto cojín ovalado para sentarse. Mientras los habitantes de arriba seguían con sus rutinas diarias, la cocinera pasaba sus días cocinando y dando de comer a todos y también escuchando las confidencias de unos y otros (es que a los seres grandes nos encanta relatar nuestros problemas y alegrías al calor de una cocina con una buena taza de café o chocolate, a ser posible acompañadas de algo para mojar).
La cocinera estaba muy triste y pensaba dejar de trabajar en la casa que tantos años había dado trabajo, cobijo y cariño tanto a ella como a su madre tiempo atrás porque las cosas habían cambiado mucho por allí y ya no se sentía bien, ni era feliz con la vida que llevaba. Pasaban los días y nunca ocurría nada nuevo. Pensaba que la vida se le escapaba entre aquellas paredes. Nunca había visto el mar, ni había viajado, solo cocinaba, cuidaba de los pequeños y escuchaba los problemas de los otros trabajadores y las quejas de los dueños. Todo eso la estaba sumiendo en una profunda tristeza, necesitaba conocer otros lugares y sentir que su vida servía para algo más que freír pescado o escuchar problemas mientras intentaba leer la novela que tenía abandonada por falta de tiempo. Aquella tarde estaba dispuesta una vez terminada sus tareas hablar, primero con sus compañeros y después con sus jefes… pero ocurrió algo que lo cambió todo.
Pululando por la cocina, tropezó con la baldosa una vez más y decidió levantarla. Al hacerlo no podía dar crédito a lo que sus ojos creyeron ver y corrió al despacho del Señor a coger el juego de lupas y las utilizo una por una y al llegar a la de mayor aumento, entonces pudo comprobar con asombro que allí vivía una familia;
-“ Pero…. es imposible”, pensó,” son diminutos” y al inclinarse para intentar localizarlos pudo darse cuenta que había dos seres allí dentro y que estaban preparando una bonita fiesta. Tan absorta estaba mirando aquel fascinante mundo que se olvidó de que podía verlos sin utilizar la lupa y escuchando unos pasos que se acercaban cerró de un golpe la baldosa.
Cuando los niños salieron de la cocina, la cocinera asegurándose de no ser interrumpida volvió a abrir la baldosa en cuestión para poder ver a aquellos pequeñísimos seres. Y así lo hizo, quedándose nuevamente embelesada.
Estaba muy sonriente observando a aquellos diminutos seres cuando un tímido rayito de sol la sorprendía con el nuevo día .
-“Uff” , había pasado toda la noche mirando dentro de la baldosa y se le había pasado el tiempo sin darse cuenta, aquellos pequeñitos habitantes de la baldosa tenían algo especial que la hacían sentirse muy feliz con tan solo mirarlos y comenzó a preparar los desayunos de la casa canturreando como hacía ya años que no lo hacía.
Los días pasaban y la cocinera no dejaba pasar ninguno sin visitar a los habitantes de la baldosa de su cocina, sentía que desde que lo hacia sus días eran mejores su carácter había cambiado, estaba más positiva, más alegre y todo lo veía con una mirada más optimista.
Esa tarde, cuando estaba asomada, pudo ver como por una minúscula escaleritas de cuerdas se deslizaban otros seres muy pequeñitos y todos se besaban y abrazaban intercambiando regalos y cariño. Esbozó una risita de alegría que sin saber cómo fue escuchada por aquellos pequeños que con asombro miraron a la cocinera que trataba de esconderse para no asustarlos. Cuando Jo la vio le preguntó que si hacía mucho tiempo que estaba allí. La cocinera no podía dar crédito, podía escucharlos y algo nerviosa respondió que días y noches.
-“Pero… en mi mundo eso es mucho tiempo”, dijo Jo.
La cocinera pidió disculpas por haber sido descubierta fisgoneando pero entonces mar se apresuró a decirle que no pasaba nada, que ella ya no podía ser peligrosa para ellos porque si podía escucharlos era porque su corazón se había transformado y había absorbido toda la energía positiva que desprendían. Pero que debería tener cuidado pues si alguien de la casa descubría su hogar correrían verdadero peligro. La cocinera los tranquilizó y prometió no ser tan curiosa y estar siempre muy atenta a aquella baldosa para que nunca tuviesen problemas.
Su vida dio un giro tan grande que decidió quedarse en la casa pues ahora tenía una pequeña familia a la que cuidar y proteger de los riesgos exteriores.
Y gracias a estos seres pequeños pero de grandes sentimientos y mayor corazón empezó a ser feliz y a valorar las cosas pequeñas que en realidad son las que te llevan a hacer las cosas grandes.
Ah!.. Cuando friegues, escurre bien la fregona y no dejes charcos puedes inundar las casas de los seres diminutos

lunes, 14 de junio de 2010

Pedro y las hormigas


Salió a su jardín a jugar con una pelota que le habían comprado y, como siempre, pasados unos minutos la dejó abandonada en un rincón.
Entró nuevamente en casa y con cara de aburrimiento preguntó a su madre que andaba muy atareada haciendo la comida;
-“¿Qué hago?... me aburro".
Su madre, casi sin mirarlo, le dijo que podía leer un libro, ver la tele o jugar en su habitación. Pedro salió refunfuñando y asqueado de la cocina porque los planes de su madre no le interesaban lo más mínimo. De camino a su cuarto tiró una silla, empujo el cochecito de su hermana, puso sus sucias manos en los cristales y descolocó todos los cuadros de la escalera que decoraban la pared hasta entrar en su desordenado cuarto. Una vez allí lo único que se le ocurrió fue mirar por la ventana a ver si llegaban sus hermanos y, como no llegaban, se puso a desordenar más su cuarto, cosa que irritaría a mamá y disgustaría mucho a papá pero era su única manera de divertirse, eso y meterse con sus hermanos, claro ; una pequeña princesita de pelo rizado y dos hombrecitos mayores que él que estudiaban y ayudaban en las tareas a mamá. Como eran mayores tenían que respetar que él era más pequeño, aunque se quedaran con ganas de soltarle un sopapo en más de una ocasión.
Pedro no había ido a clase esa mañana porque tuvo que ir a ponerse una vacuna y el día se le estaba haciendo muy largo, así que de nuevo bajó al jardín a jugar con su nueva pelota. Al cogerla se dio cuenta de que por su pelota subían hormigas…
-“¡Qué asco!”, se dijo, y se dispuso a matarlas una por una pero pudo darse cuenta de que al lado de su pelota había un hormiguero y comprendió que el aburrimiento había terminado para él.
Primero fue a la cocina y cogió un cuchillo, un palillo largo y algunos utensilios más, llenó la regadera con agua y se dispuso a divertirse.
Pedro babeaba pensado en lo que iba a disfrutar destrozando el hormiguero…
Lo primero que hizo fue echar azúcar alrededor de la boca del hormiguero para verlas salir… estaba inmerso en su experimento cuando se oyó el alboroto de sus hermanos que llegaban del colegio, guardó sus armas de tortura y entró en casa para cenar.
-“¡Qué lástima!, pensó, tendré que seguir mañana cuando haya más luz.”
Cuando la cena terminó subió a su cuarto, se puso el pijama después de una ducha y se metió en la cama a dormir mientras sus hermanos daban las buenas noches al resto de la familia.
Era media noche cuando un sueño aterrador vino a visitarle.
Pedro había caído dentro de un gran hormiguero siendo él el más pequeño. Al ver al intruso, las hormigas lo llevaron delante de la reina que cuidaba de todos los huevos. La Reina dijo:
-“Matémoslo y guardémoslo para el invierno, nacerán muchas hormigas y necesitaremos más comida que otros años”.
Pedro gritó con desesperación viendo los afilados ganchos que tenían las hormigas en su boca diciendo:
-“No podéis hacerlo, yo también soy el Rey de mi País”.
-“Tú no tienes pinta de rey”
-“Pero lo soy”, replicó Pedro con mucho miedo.
-“Está bien, lleváoslo y que trabaje. Igual nos sentaría mal si nos lo comemos: huele a envidia y maldad y ese sabor tiene que ser horrible, no nos sentaría bien.”
Las hormigas lo pusieron a construir los nuevos aposentos de las hormigas que iban a nacer para el próximo invierno y el trabajo resultaba muy duro siendo tan pequeñito, tenía que trabajar de sol a sol y solo podía comer saliendo del hormiguero y buscando su propia comida.
Los días pasaban y Pedro cada vez estaba más triste. Necesitaba ver a su madre y a su familia, quería jugar con su hermana, estudiar con sus hermanos y sentarse con papá a ver una peli… pero la hormiga reina que podía leer sus pensamientos rió diciendo:
-“Pedro;¿ por qué te pones así?, si tú no quieres a tu familia; nunca ayudas a tu madre, desordenas y ensucias toda la casa y te metes con tus hermanos porque sabes que al ser mayores no te harán nada. Deja de soñar, vivirás aquí para siempre y nos ayudaras con el hormiguero. Esta será tu vida, desde ahora en adelante te prohíbo soñar con tu familia porque ya no la tienes, has conseguido todo lo que querías. Pedro (continuó diciendo la reina), ya no tendrás que aguantar a esos hermanos que tanto te molestan, ni jugar con la pequeña princesita que tanto coraje te da, ni compartir tus juguetes ni nada. Nunca volverás”, sentencio la reina.
Pedro estaba arrepentido de su mal comportamiento y deseaba volver a casa pero estaba atrapado en ese mundo y siendo tan pequeño nunca tendría la oportunidad de volver con su familia. Comenzó a llorar, lloró amargamente, arrepentido, cuando una voz dulce como el azúcar derramado sobre el hormiguero le decía:
-“Pedro, levanta, que llegaras tarde al colegio”.
Abriendo los ojos vio a su madre y con todas las fuerzas de su cuerpo abrazó a su mamá lleno de alegría mientras prometía arreglar su cuarto y portarse muy bien con todos. Terminó su desayuno y se marchó a clase. Ese día le preguntaría a su profesor de ciencias cómo podría ayudar a las hormigas de su jardín.

Muchas veces destruimos vidas por diversión sin pararnos a pensar que por pequeño que sea su tamaño también aman, trabajan y sufren, muchas veces más que nosotros mismos.

Cuidemos la Tierra y a sus habitantes. Todos son muy importantes en el ciclo de la Vida.


Con cariño

Nati.

miércoles, 2 de junio de 2010

Historias de nuestros abuelos: Tradiciones, cuentos y costumbres de ayer y de hoy.: La Manta

Historias de nuestros abuelos: Tradiciones, cuentos y costumbres de ayer y de hoy.: La Manta

El circo ambulante


La caravana paró en un arroyo que asomaba por una arboleda cercana a la carretera, cuando comenzaron a bajarse de los vehículos, pudieron observar uno a uno los componentes de ese pequeño pero unido circo ambulante. Un maravilloso lugar que se abría a sus pasos; un arroyo de agua cristalina y fría porque venía de la montaña helada aún en primavera, árboles tupidos que les servirían de refugio durante los días que estuvieran actuando allí y que les ofrecían un espectáculo de color nunca visto, el cielo iluminaba la noche con sus brillantes estrellas y la luna llena que alumbraba todo el arroyo y sus alrededores.
El payaso Serafín pudo fijarse que junto a una roca cercana a la orilla del arroyo descansaban dos zapatillas en muy buen estado, aunque no eran de su número decidió guardarlas por si le hacían falta, eran quince en el circo y podrían servir para cualquiera. Las dejó en una bolsa al final de la caravana principal y bajó a la pradera a cenar con todos sus compañeros Esa noche todos estaban cansados, el camino había sido muy largo desde que salieron de la última ciudad y al día siguiente sería un día duro; tenían que montar toda la carpa, los trapecios, los aros, planchar los trajes, dar de comer a los animales, abrir la taquilla y hacer el pasacalles, así que sería mejor descansar aunque la noche invitaba a quedarse.
Al día siguiente todo pasó tal y como lo había pensado y al llegar la tarde todo estaba preparado para dar comienzo al bello espectáculo.
Un hombrecillo con sombrero de copa y un llamativo traje de lentejuelas con voz muy chillona comenzó diciendo:” señoras, señores, queridos niños, va a dar comienzo el gran espectáculo del circo…”
Y así, uno a uno, sus componentes fueron haciendo piruetas y malabares. Los animales más fieros del mundo parecían dóciles gracias a la pericia del domador, una preciosa bailarina se montaba en un gran elefante se apoyaba en una sola pata subido en un cubo pequeñísimo y todos en el público se quedaban sin respiración y los payasos hicieron un divertido número con caídas, bromas, canciones…
Al terminar la función se reunieron alrededor de una hoguera en la pradera para contar lo recaudado y cenar todos juntos. La noche había ido muy bien y todos estaban muy contentos, era un pueblo pequeño que por aquellos días estaba de feria y como nunca tenían la oportunidad de ver un circo habían causado sensación así que decidieron quedarse hasta que terminaran las fiestas del pueblo antes de continuar su camino para la gran ciudad.
Amaneció con un arcoíris pues sin haberse dado cuenta la noche había sido lluviosa, “ que lindo amanecer” pensaron algunos chicos que componían el circo, y decidieron dar un paseo y así conocer el pueblo, llevaban invitaciones para regalar a los niños que se encontraran por el camino y charlaban alegremente entre ellos cuando de repente vieron a un chico de unos quince años que lloraba desesperado buscando algo. Se acercó uno de los malabaristas que iba en el grupo y pudo enterarse que su padre, un herrero del pueblo, había trabajado muy duro durante largo tiempo para poder calzar a todos sus hijos y el desobedeciendo a su padre se había ido a bañar al arroyo dejándose las zapatillas olvidadas en la orilla y que alguien se las habría llevado, porque él fue rápido a buscarlas y ya no estaban en su lugar había encontrado las caravanas del circo.
Sintieron no poder ayudarle, pero ellos no habían visto las zapatillas el día que llegaron. Claro que entre el grupito de paseo no iba su compañero el payaso. Siguieron su paseo y fueron repartiendo alegría entre los chiquillos que los rodeaban a sus paso, todos se asomaban por las puertas y ventanas, nunca habían visto a los miembros de un circo tan de cerca en aquel pequeño pueblo.
Llegaron cansados a su lugar de acampada pero muy contentos y contaron a los demás las experiencias vividas y llegando la hora de la función abrieron sus puertas al gran mundo del circo lleno de fantasía e ilusiones.
Pero en las gradas faltaba un chico y el gran mago Mufus pudo darse cuenta. Terminada la función entro a desmaquillarse algo tristón y el payaso que también entro a quitarse su maquillaje le pregunto el porqué de su tristeza si el día había sido muy exitoso , no podía entender que podía ocurrirle, al contarle la historia del chico de las zapatillas, el payaso salió sin decir nada y se dirigió a la caravana principal, allí estaban las zapatillas que él mismo encontró el primer día que llegaron al arroyo, y ,para sorpresa de su compañero y amigo Mufus, se presento en la caravana y le entregó las zapatillas diciéndole: “ aquí las tienes, llévaselas a ese chico”.
Una vez terminado de arreglarse subió nuevamente al pueblo y busco al chico que muy triste limpiaba la herrería de su padre mientras todos sus amigos y hermanos disfrutaban de la última función que el circo daba en este pueblo, cuando Mufus entró a devolverle sus zapatillas el chico sonrió, pero quedo algo apenado porque no había tenido la oportunidad de ver el circo.
Durante la cena, Mufus hizo una proposición al grupo y aunque ya habían recogido la carpa, los trajes y enjaulado a todos los animales, se maquillaron y se dirigieron a la herrería donde trabajaba y vivía la familia del muchacho en unas habitaciones del fondo. Entonces el hombre del sombrero de copa y el colorido traje brillante comenzó a decir: “Chicos, chicas, bienvenidos al gran espectáculo del circo”.Y como si de un sueño se tratase pudo ver a alguno de los componentes de ese maravilloso mundo en su propio hogar.
Y es que siempre hay gente que hace con su esfuerzo que los sueños de otros se conviertan en realidad.
Con cariño para tod@s los cumplidores de sueños.
Y para la gran familia del CIRCO.
Besos
Nati