lunes, 24 de agosto de 2009

Trepo


Hubo una vez un mundo, y en el mundo un país, y en el país una montaña, y en la montaña una lago con una isla, bueno, más bien era una islita pequeña y blanca llena de juncos altos y fuertes; pero en el centro de la mata de juncos había uno más pequeño aún, su nombre era Trepo.
Trepo era feliz en su isla: saludaba al sol por las mañanas, aprendía a mecerse con el aire, se alimentaba del agua del lago y la tierra blanca de su pequeña isla.
Hablaba con otros juncos, pero al final del día ocurría lo que más le gustaba... con la noche llegaban sus amigas las estrellas y “papá Dios”. Sabía quién era y se sentía feliz siendo junco, con su montaña y los demás junquitos.
Pero un día llegó una mariposa de colores, muy alegre, como todas las mariposas, y presumida, como todas las presumidas, y comenzó a halagar a Trepo...
Le dijo que su color era precioso, que era el que mejor se movía con el viento, que era el más alegre de todos los juncos... pero también le dijo que aquel lago era horrible, que su montaña era demasiado pequeña y sus amigos, los juncos, resultaban vulgares. Le contó que en el bosque en que ella vivía todo el mundo era elegante y feliz y todos admirarían a un junco tan alegre y tan guapo como Trepo.
La mariposa se marchó pero los pájaros de las dudas llenaron el corazón de Trepo que ya no era feliz con su lago, su montaña ya no le parecía hermosa y no volvió a hablar con las estrellas ni con “papá Dios” porque todo resultaba demasiado poco para el junco más especial de aquel país .Trepo se fue volviendo antipático y orgulloso y decidió marcharse al bosque del que la mariposa de colores le había hablado.

Atravesó el lago, la montaña y lentamente se internó en un bosque espeso y oscuro en el que, al poco rato, encontró a su amiga la mariposa de colores que fue presentándole, uno a uno, las setas, los árboles, los animalitos... y tal como ella había dicho todos admiraron mucho a Trepo (entre otras cosas porque, como todo el mundo sabe, en los bosques no hay juncos, y él resultaba la planta más exótica que había visto nunca). Pasó un día, una semana, un mes, tal vez un año en el que Trepo se fue sintiendo cada vez más solo porque los habitantes de aquel bosque se habían acostumbrado a ver a nuestro junquito y cada vez les pareció más vulgar y menos exótico. Siempre que intentaba hablar con alguien recordaba las largas charlas con el resto de sus amigos, los juncos, y lo bien que sabía el agua del lago o como brillaban la estrellas que en el bosque no podía ver nunca por las tupidas ramas de aquellos árboles.
“Papá Dios” era el único que estaba aún con él pero había una densa capa de orgullo rodeando su corazón que lo volvía impermeable al susurro de “papá”.
Y entonces, sólo y mustio, decidió volver a su isla, pero a medida que se iba acercando vio que el lago casi se había secado y que sus amigos los juncos estaban languideciendo de tristeza desde que se fue, hasta su montaña parecía ahora más pequeña. Pero en cuanto Trepo ocupó su lugar todo volvió a ser tan hermoso como antes; el lago volvió a llenarse de agua y los juncos se agitaron con el viento, las estrellas acudieron para cantarle y “papá Dios”, como antes, le abrazó. No había nada de vulgar en aquella isla y su lago, en aquella montaña, en aquel país o en aquel mundo y Trepo comprendió que todo era importante y que Dios sabe de cada pequeño pajarillo que muere.
Desde entonces en el lago, cuando todos duermen, entre el susurro del viento se puede oír la voz de Trepo, el pequeño junco, hablando con “Papá”.


La felicidad está dentro de cada uno.

lunes, 17 de agosto de 2009

domingo, 16 de agosto de 2009

Cacono


Pipo estaba cansado de sus juguetes y, un día un hombrecillo que vivía en la calle, le regaló una caja de plastilina para que creara los suyos propios. Pero le hizo una advertencia:
-”Cuida mucho todo lo que hagas, porque esta plastilina es mágica y todo lo que crees con ella cobrará vida a través del espejo”.
Pipo pensó que aquello eran historias para niños pequeños y comenzó a fabricar figuras sin preocuparse. Hizo un reloj que marcaba el tiempo en clave de Re, un hada que tenía un bonito traje azul, un duendecillo trovador que cantaba canciones de Amor a su hada y un barquito con velas de cartón. Después tiró el resto de la plastilina en su caja de juguetes.
Durante ese día jugó varias veces con las figuritas que había hecho pero se olvidó rápidamente de ellas como solía hacer con los juegos que le regalaban.
Llegó la noche y, en la oscuridad de la habitación, los juguetes fueron tomando vida. El reloj marcaba insistentemente las horas felices: la hora de comer, la hora de jugar...las horas en Re, el hada jugaba con su varita iluminando los diferentes objetos de aquella habitación, haciendo escala en los cuatro puntos cardinales...
Pero en el fondo de la caja de los juguetes los restos de plastilina comenzaron a tomar vida, convirtiéndose en Cacono, un globo hecho de remiendos de plastilina del que colgaba una pequeña cesta que era una caja de cerillas vacía. Todos se divertían mucho durante la noche pero cuando el reloj marcaba el día padecían la indiferencia y el desprecio de su dueño.
Pasaron muchos desayunos, meriendas y cenas hasta que Cacono, una noche de lluvia de estrellas, descubrió el espejo del pasillo oscuro...Era una zona de la casa que nunca visitaba nadie, pero él, aburrido de dar vueltas en la misma habitación, decidió inspeccionar la casa. Aquel espejo reclamó enseguida su atención, porque reflejaba las figuras en Azul Añil, y decidió atravesarlo.
Todo era luz tras el espejo, había un mundo maravilloso tras él, un inmenso pantano azul en el que nadie era dueño de nadie; un país sin propietarios ni opresores en el que cualquier juguete podía hacer siempre lo que quisiera, sin temer la llegada del día, el olvido del dueño o el plumero del ama de llaves, que aterrorizaba a todos los juguetes.
Rápidamente corrió a avisar a sus amigos que intentaron, uno tras otro, atravesar el espejo sin llegar a conseguirlo; porque eran criaturas que habían nacido de la voluntad de Pipo y no podían entrar en la tierra de los seres libres. Solamente Cacono podía pasar sin problemas, por haber nacido de la plastilina que el niño despreció. Había que buscarle una solución a este problema... Entonces recordó una enseñanza de su viejo amigo, el hombre que vivía en la calle:
-”Sólo se logra un deseo imposible invocando a los citruéñigos del desierto.”(Los citruéñigos son una especie de espíritus amigos que consiguen solucionar cualquier situación, por muy problemática que parezca.)
Cacono los llamó y acudieron rápidamente. En su presencia y con la ayuda de una estrella fugaz, todos atravesaron el espejo del pasillo oscuro.
Pasaron varios meses antes de que Pipo reparase en la desaparición de sus figuritas. Interrogó al ama de llaves, a su niñera y a sus padres pero nadie sabía dónde podían estar sus figuras de plastilina. Entonces corrió a preguntarle al hombrecillo de la calle que le contestó:
-”Cuando alguien da vida a algo tiene que cuidarlo, porque de lo contrario desaparece.”
Pipo volvió a casa triste, como todos los niños tristes, y enfadado, como todos los niños egoístas. Desde entonces el pasillo oscuro se ha llenado de luz y en las noches de lluvia de estrellas se escuchan carcajadas y canciones de Amor, y un “Tic-Tac” que marca para siempre las horas felices.

sábado, 8 de agosto de 2009

jueves, 6 de agosto de 2009

El constructor de rampas


Era un día de invierno, de esos días que huele a Navidad y el frío empaña los cristales, cuando las narices se ponen coloradas y las manos lilas...
Paseaba por la ciudad un aprendiz de carpintero, digo aprendiz porque nunca se sabe un oficio por completo, que observaba los edificios y sus detalles; las puertas, las ventanas, los tejados... y suspiraba por llegar a ser algún día el mejor de todos los arquitectos de la madera. Pensaba: “algún día haré la puerta de una catedral o quizás las ventanas de un famoso museo”, y así, soñando en las bellezas que haría, llegó a su destino.
Eran tan bonitos los trabajos que realizaba con la madera que un día el rey lo llamó a palacio para hacerle un encargo muy importante. Tenía que construir las escaleras más grandiosas de la historia. Estas escaleras serían el acceso al museo principal de la ciudad:
EL MUSEO DE LOS SUEÑOS POR REALIZAR.

El aprendiz de carpintero se introdujo en el edificio, aún por inaugurar, para verlo pues le llamó mucho la atención el tema del museo. Recorrió salas y salas de sueños por realizar mientras su mente pensaba en las grandiosas escaleras que sólo él habría de construir... le pondría peldaños de ocho centímetros y dibujos de dragones, el tono de la madera sería marrón rojizo o color miel, cuando de repente un sueño por realizar llamó su atención. Era el sueño de un ser diminuto (que no es una persona pequeña) que nunca podía ir al cine, los teatros, museos, hospitales sin ayuda porque no podía subir las escaleras, algo que ocurrió en el pasado se lo impedía y esto hacía que no se sintiera feliz. Nuestro amigo se quedó muy pensativo con este sueño, tanto que estuvo pensando en él toda la noche.

El día de la inauguración el Rey se vistió con sus mejores galas y todo el pueblo estaba allí, impacientes por contemplar las majestuosas escaleras que el Rey había prometido. Pero cual no fue su sorpresa al ver que aquello no eran escaleras sino una enorme y horrorosa RAMPA. -”Que venga inmediatamente a mi presencia el constructor de escaleras”, dijo el Rey.
Cuando el joven carpintero llegó, el Rey, más y más acalorado le preguntó: -”cómo te has atrevido a contradecir mis órdenes...”, y él emocionado le respondió:” Majestad, las escaleras no son importantes, yo he conseguido realizar un sueño”. Pero el Rey, muy enfadado lo mandó expulsar del reino a una lejana isla. Entonces destruyó la enorme rampa y mandó construir unas escaleras.

El Rey estaba muy contento con sus escaleras nuevas y cada año visitaba el museo sin darle importancia a los sueños por realizar. Se divertía subiendo y bajando aquellas escaleras pero cada año le pesaban más y los peldaños se le hacían más y más altos hasta que un día fueron inalcanzables para él y recordó al constructor de rampas que había desterrado. Entonces avisó a sus guardias: “pronto, buscad al constructor de rampas y traedlo a mi presencia”. Cuando los soldados llegaron a la isla descubrieron con sorpresa que aquel lugar inhóspito e inaccesible se había convertido en la ciudad de las rampas y todos sus habitantes tenían acceso a todos los lugares sin ninguna dificultad.
“Constructor de rampas”, -gritaron los soldados-,”el Rey os reclama a su presencia”.
Llegó por fin a la ciudad y el Rey se llenó de alegría al verlo de nuevo, entonces le dijo:”creo que me equivoqué y que los sueños son más importantes que estas estúpidas escaleras. Quiero que, desde ahora en adelante, tú seas el constructor oficial de rampas del reino y que todas las escaleras queden abolidas”.

Todavía quedan en el mundo constructores de escaleras, pero gracias a los constructores de rampas muchos sueños pueden hacerse realidad.

miércoles, 5 de agosto de 2009

lunes, 3 de agosto de 2009