jueves, 29 de abril de 2010

La Manta


Empezaba la jornada como cada día, cansado, pues los niños no lo habían dejado dormir bien para la dura tarea que tenía por delante. Pero él sonreía de felicidad al saber que el trabajo que realizaría esa larga jornada era para que sus cinco hijos estuvieran bien atendidos y alimentados.
Cuando concluyó la mañana y sonaron las sirenas de la fábrica de cementos, Manuel limpió el sudor de su frente y recordó que era la hora de comer y que se sentaría a la mesa con su mujer y sus hijos. El cansancio de de toda la jornada lo dio un día más como bien empleado.
Canturreaba en voz muy baja una vieja melodía de una película que su esposa y él fueron a ver una noche de verano al cine del pueblo y cuando cruzaba la esquina justo antes de entrar en casa silbaba más fuerte para que los niños salieran a saludarle. Todos corrían rodeando a su padre menos el más pequeño que su esposa sacaba en brazos para saludar a Manuel que venía cansado pero feliz.
Una vez terminada la comida, Manuel descansaba un poco en el sillón para retomar el turno de tarde, eran muchas bocas que alimentar y Mercedes, su mujer, con el más pequeño siempre encima, se marchaba a la rivera para lavar la ropa de tantos como eran en casa mientras los demás la acompañaban y jugueteaban a su alrededor.
Así pasaron inviernos y veranos primaveras y otoños.
Los chicos fueron creciendo y haciendo su vida…su compañera del alma una noche durmió para siempre y Manuel vio sus años pasar algo más solo cada vez. Hasta que una fría mañana de invierno su hijo el pequeño le dijo: “Padre, móntese en la mula que vamos de viaje, no se preocupe por el equipaje que ya se lo ha hecho mi mujer”.
“Tenga Usted esta manta, que el camino al asilo es larga y hace frío, no vaya a resfriarse”. Entonces el viejo Manuel sacó su navaja del bolsillo y comenzó a partir la manta en dos.
-“¿Qué hace Usted, padre?, no hace falta que la parta, yo soy joven y no la necesito”.
-“No, hijo mío”, su padre, “es para que guardes esta mitad de la manta, para el día que también tu hijo te lleve al asilo”

Cuantas gotas de sudor y sonrisas de todos los Manueles de la vida quedaron encerradas en esa vieja fábrica mezclada en el cemento de las casas de tantos hijos que dan a sus padres como recompensa una vieja y partida manta???
A todos los Abuelos, Padres, hijos, nietos…. De tantos hombres que se arroparon un día y se siguen arropando con las mantas del silencio y el miedo por la ingratitud de aquellos a quienes tanto quisieron.

Con todo mi cariño para el blog "Las historias de mis abuelos"

lunes, 26 de abril de 2010

Siempre te voy a soñar


Subíamos las vigas de cemento por un viejo puente de madera, en una calurosa mañana de Julio, éramos una larga fila de amigos que jamás nos habíamos visto hasta ese Campo de trabajo, todos coincidimos en el campamento y estoy segura ahora que lo miro con distancia que la vida desde el momento de nuestro nacimiento, tenía pensado para nosotras juntarnos en este punto de nuestras VIDAS (siempre he pensado el destino es juguetón).
El campamento ajeno a lo que iba a ocurrir entre nosotras seguía su curso como todos los veranos.
Las hadas del tiempo y de la Amistad juntaron toda su magia hasta que en la merienda de aquella tarde nos conocimos, fue desde el primer día una amistad como jamás habíamos sentido hasta ese instante.
Mi amiga vivía casualmente en mi misma ciudad y eso hizo que nuestra amistad fuese cada vez más solida. Crecíamos juntas éramos cómplices de todas nuestras vivencias y compartíamos muchas aficiones, jamás nos sentimos solas, siempre nos teníamos la una a la otra, cuando venían malos tiempos para mí, mi amiga secaba mis lagrimas con su pañuelo de cariño infinito y hasta que en mi cara no quedaba dibujada una sonrisa escrita con E, no se marchaba a su casa.
Seguíamos creciendo entre pesados libros de instituto y juegos de niñas. Cuantas veces nos enamoramos de la persona equivocada, y sufrimos los desengaños del príncipe que cuando se quitaba el traje de sueños que nosotras tejíamos tarde a tarde y noche a noche, su color no era Azul ni celeste siquiera.
Pero llegó el día que las dos besamos al sapo y se convirtió en hombre si no perfecto se acercaba a lo que un día soñamos.
Construimos nuestros nidos y crecieron pequeños brotes de ilusión, no teníamos tanto tiempo para compartir pero sabíamos
Bien… que estábamos siempre ahí, nuestros pequeños brotes crecían y nuestra amistad ya estaba sellada con un lacre de por siempre jamás que las más grandes ventiscas podían deteriorar. Juntas seguimos andando el camino por veredas distintas pero estaciones que se unían en el trayecto de la vida.
Una vez más las hadas hicieron de las suyas y nos volvieron a juntar. Que felices éramos, pero la felicidad se torno gris, un velo de infinita tristeza llamó a mí puerta y trajo aires de amarguras, mi amiga estaba enferma con una enfermedad que no pudieron parar ni nuestras Hadas protectoras, ella no perdió su sonrisa, ni las ganas de vivir, jugaba con sus niños y nos llenaba de ilusiones con su tierna sonrisa que iluminaba su cara. Jamás se rindió, ni perdió la esperanza.
Pero una bonita y despejada mañana un Ángel desplego sus alas blancas y con un abrazo de nubes se la llevó meciéndola en sus alas. Todo quedó en silencio mí Amiga ya no estaba.
Sé en lo más profundo de mí ser que un día la volveré a ver, me lo han dicho las hadas.
Mientras lloro su falta y la sueño, sueño siempre su mirada.
A mí Amiga del alma.

domingo, 18 de abril de 2010

Carta a Clara


Querida amiga Clara; hace tiempo salí a buscar de nuevo mis preciosas hadas, o al menos sus pequeños rastros, pero las cosas no ocurrieron tal y como yo había pensado. Llevaba todo el material que me enviaste y creí que con tanto instrumental, tan sabiamente utilizado tendría alguna ventaja, pero no hubo suerte. Ni sus pequeñas huellas, ni una muesca en los troncos de los viejos robles conseguí visualizar, a pesar de llevar la lupa que tú utilizaste en tus descubrimientos.
Así pasaron días y noches sin conseguir ver nada. La abuela me da ánimos para que siga pero yo, mi querida Clara, creo que me estoy haciendo mayor para verlas y por mucho que me esfuerce no conseguiré encontrar ninguna, por más que me lo proponga.
Decidida ya ha enviarte el relato de mi desilusión ocurrió algo inesperado que hizo que la carta quedara sin terminar encima del viejo escritorio de mi habitación.
Capitán, el gato de la abuela, llevaba días sin encontrarse bien, había perdido el apetito y la abuela pensó llamar a don Matías, el veterinario del pueblo, que antes de poder concluir mi carta llamó a la puerta con su sombrero de fieltro gris y su gran maletín negro. Una vez acomodado en el salón, dónde tejía mi abuela, empezó a examinar a Capitán. Su cara no daba señales de nada ¡Qué poco expresivo es este Señor, pensé!
Concluida la exploración se dirigió a mi abuela mientras se lavaba las manos en una jofaina con mucho afán diciendo: “Señora, son malos tiempos para este viejo gato, creo que mucho no ha de acompañarla. Es ya muy mayor y se ha negado a vivir. Lo lamento mucho, queden en paz”. Y sin más, cogió su sombrero y su maletín y se marchó.
Mi abuela quedó sumida a una gran tristeza y mirándome fijamente me dijo: “nena, tenemos que hacer todo lo imposible para que Capitán vuelva a ser feliz aunque sean sus últimos días de vida”. Yo asentí con la cabeza y ella puso a Capitán sobre su regazo, meciéndolo a la vez que tatareaba una vieja canción, eso me hizo pensar y sin instrumental alguno me fui al lago.
Pasaron unos instantes cuando un manto de tristeza me envolvió por completo dejándome heladas las manos y el corazón.
Querida Clara, había dado con unos seres bellísimos pero su sonrisa resultaba escalofriante y fui corriendo a casa. Busqué en los dibujos de las hadas, tanto en los tuyos como en los míos, y ninguno se parecía a ellas. Y con el corazón impregnado de tristeza comencé a dibujarlas con sus mantos negros. No tenían pies ni manos, eran etéreas, pero todo a su paso se tornaba oscuro y frío.
Hablé con mi abuela y le enseñé mis dibujos, ella me explicó que había encontrado a las hermanas siniestras que con su velo de infinita tristeza empañan los corazones y los envuelven en una niebla pegajosa difícil de limpiar. En ese mismo instante lo comprendí todo ¡no era yo! La que no podía ver a la hadas, eran las hermanas siniestras la que me impedían verlas, tenía que luchar contra ese manto de infinita tristeza o jamás volvería a verlas.
Finalmente, mi querida Clara, Capitán, que era muy viejito, falleció y la abuela se ha quedado muy triste. En la casa todo sigue su rutina pero con un silencio que corta la respiración.
Es por este motivo que te pido ayuda para luchar contra las hermanas siniestras, siento que en esta ocasión no recibas buenas noticias.
Siempre tuya.
Nati

P.D.
No tardes en contestar y si te es posible ven a visitarnos, tu bondad y tu aire fresco seguro que las obligará a marcharse del lago, pero no olvides de meter toda tu alegría, tu inocencia y tu esperanza en el equipaje.

miércoles, 7 de abril de 2010

La pulguita bailarina



Había una pulguita que soñaba con tener un bonito vestido de bailarina, soñaba con una imaginación muy pequeñita, una imaginación de pulga, bailando con unas zapatillas rosas y un tutú del mismo color. Claro que el problema era más grande que ella “pocas cosas eran más pequeñas”… ¿quién podría hacerle un traje tan pequeñito? ¿Y quién le tomaría medidas si no podía estarse quieta porque su naturaleza se lo impedía? Como no podía comunicarse con nadie del mundo grande (así es como ella nos llamaba) pensó en pedir ayuda silenciosa, cuando todas las personas estuvieran dormidas para que alguien de corazón blanco y amigo del País de las nubes de mermelada escuchara su deseo silencioso de pulga.
Cuando llegó la noche la plegaria de nuestra amiga la pulguita se coló en los sueños de los grandes y al despertar resultó que muchos habían escuchado a la pulguita bailarina y decidieron ponerse en contacto con ella de la única manera que puede hacerse desde nuestro mundo; a través de las hadas del tiempo. Nuestra amiga la pulga se puso muy contenta con el mensaje del hada y comenzó a frotarse las patitas pensando en su maravilloso traje.
Lógicamente se trataba de un trabajo para miniaturistas, porque eran los únicos humanos acostumbrados a trabajar con unas medidas tan pequeñas, pero…cómo tomarle medidas, si era incapaz de estarse quieta ni un solo momento. Pidieron ayuda a todos los habitantes del mundo de la fantasía: los elfos, las citruéñigos azules, los duendes y todos los que tenían el corazón blanco, hasta los seguidores del blog de “los cuentos de Nati”, a pesar de estar muy atareados con otras cosas, sacaron tiempo para ayudar a la pulguita y encontraron una pócima que impregnando su cuerpo diminuto la hacía quedarse quieta el tiempo suficiente para que los miniaturistas tomaran medidas y pudiesen confeccionar su deseo. Claro que cuando la pulguita pudo moverse no recordaba nada de lo sucedido y todos guardaron el secreto para darle una gran sorpresa.
Con una paciencia infinita comenzaron a confeccionar el tutú, el maillot, las medias, las zapatillas y un precioso detalle para su cabecita y con el corazón rebosante de cariño lo dejaron al pie de la manta del perro de la casa, que era su lugar favorito. ..
Aquella tarde, cuando la pulguita terminó de saltar por toda la casa, llegó a su lugar favorito y encontró aquel maravilloso regalo. Entonces lloró de emoción (y aquella emoción fue compartida por todos los seres mágicos y los que creen en ellos). Se puso el traje y ató las zapatillas a sus piernitas, entonces se sintió la bailarina más bella del mundo…y desde ese momento no ha parado de bailar. (Por supuesto en un teatro a escala que le hicieron los propios miniaturistas, algo que agradecerán eternamente los perros de los alrededores, porque desde aquel día, las amigas de nuestra pulguita se reúnen allí cada tarde para ver la función y dejaron de molestarlos.
Muchas gracias a todos los seguidores y amigos de mi blog, a los que se quedan, a los que pasan, a los que comentan y a los que, como yo creen en las hadas y en las pulgas que nos hablan mientras dormimos.
Con todo mi cariño
Nati