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Todo pasaba con la normalidad que tienen los habitantes de las baldosas. Una normalidad muy pequeñita, ellos aman en pequeñito, comen poquito, hablan muy bajito y todo en su mundo es pequeñito y bajito pues tienen que pasar desapercibidos para poder vivir sin ningún peligro exterior.
Estos seres son muy diminutos, son prácticamente imperceptibles para el ojo humano, y digo casi, y digo bien, pues en esta historia que paso a contaros alguien logró verlos, asomándose a la única entrada que tenía el país y lo hizo sin ser consciente de lo que hacía.
Los habitantes de las baldosas de esta historia vivían en las baldosas de la cocina, pero pueden vivir en las del salón, los dormitorios, los cuartos de baños, el jardín… Pero dependiendo de en qué baldosas vivan así eran sus costumbres, trabajos, alimentación…
Nuestros diminutos amigos estaban recién llegados a la cocina pues anteriormente habían vivido uno en el salón y la otra en un despacho, pero al unir sus vidas se marcharon a la cocina. Estos diminutos seres tenían por nombre Peque Jo y Peca Mar y eran muy felices. El carácter de los habitantes de las baldosas es alegre, cantarín , son trabajadores natos, ordenados y muy positivos.
Pues una alegre mañana de verano Jo y Mar después de arreglar su baldosa invitaron a sus familiares a conocer las baldosas de la cocina. Estaban muy contentos porque iban a recibir visita en su hogar.
En el piso de arriba la cocinera pelaba patatas para preparar una gran tortilla que serviría junto con una sopa de comida para toda la familia. Estaba cansada, sus días eran una verdadera rutina y acababa tan agotada de cocinar y limpiar toda la cocina que no tenía nunca tiempo de sentarse a leer un buen libro, con todos los que tenían en casa. Al levantarse para lavar las patatas ya peladas se cayó justo encima de la baldosa de nuestros amigos Jo y Mar un trocito de monda de patata. La cocinera, contrariada por su torpeza, se agachó refunfuñando, pues agacharse no le gustaba nada ya que sus viejas piernas le habían jugado en más de una ocasión algunas malas pasadas al levantarse. Pudo darse cuenta que la baldosa en cuestión estaba algo movida y con arenilla. Entonces lo tuvo muy claro;
-“Por aquí tiene que haber hormigas o cucarachas”, pensó,“ prefiero las hormigas, pero cuando termine de cocinar ya veré como soluciono el problema, no quiero que mi cocina se llene de bichos” y continuó cocinando.
Jo y Mar no pudieron escuchar las intenciones de la cocinera porque sus oídos eran demasiado diminutos para escuchar a tanta distancia y prosiguieron con sus quehaceres canturreando y jugueteando.
El día pasó sin ningún contratiempo, la chica que limpiaba la casa de los que vivían arriba, limpió la cocina fregando el suelo, dando por finalizada las tareas del día, cuando esto ocurría, los habitantes de las baldosas tenían que correr unos teloncitos impermeables para que sus aposentos no se inundasen y cuando el reloj marcaba el tiempo de secado volvían a desplegarlo para que el aire y la luz entraran por las diminutas rendijas de su baldosa.
Jo y Mar estaban pensando en aumentar la familia pero querían vivir un tiempo en esta baldosa de la cocina para comprobar su seguridad, no querían precipitarse en la decisión más importante de sus vidas, y mientras esperaban el tiempo oportuno, todo transcurría con normalidad.
Los habitantes de las baldosas duermen muy poquito y siempre lo hacen apoyados uno contra otro, con las piernecitas en alto, solo utilizan un diminuto cojín ovalado para sentarse. Mientras los habitantes de arriba seguían con sus rutinas diarias, la cocinera pasaba sus días cocinando y dando de comer a todos y también escuchando las confidencias de unos y otros (es que a los seres grandes nos encanta relatar nuestros problemas y alegrías al calor de una cocina con una buena taza de café o chocolate, a ser posible acompañadas de algo para mojar).
La cocinera estaba muy triste y pensaba dejar de trabajar en la casa que tantos años había dado trabajo, cobijo y cariño tanto a ella como a su madre tiempo atrás porque las cosas habían cambiado mucho por allí y ya no se sentía bien, ni era feliz con la vida que llevaba. Pasaban los días y nunca ocurría nada nuevo. Pensaba que la vida se le escapaba entre aquellas paredes. Nunca había visto el mar, ni había viajado, solo cocinaba, cuidaba de los pequeños y escuchaba los problemas de los otros trabajadores y las quejas de los dueños. Todo eso la estaba sumiendo en una profunda tristeza, necesitaba conocer otros lugares y sentir que su vida servía para algo más que freír pescado o escuchar problemas mientras intentaba leer la novela que tenía abandonada por falta de tiempo. Aquella tarde estaba dispuesta una vez terminada sus tareas hablar, primero con sus compañeros y después con sus jefes… pero ocurrió algo que lo cambió todo.
Pululando por la cocina, tropezó con la baldosa una vez más y decidió levantarla. Al hacerlo no podía dar crédito a lo que sus ojos creyeron ver y corrió al despacho del Señor a coger el juego de lupas y las utilizo una por una y al llegar a la de mayor aumento, entonces pudo comprobar con asombro que allí vivía una familia;
-“ Pero…. es imposible”, pensó,” son diminutos” y al inclinarse para intentar localizarlos pudo darse cuenta que había dos seres allí dentro y que estaban preparando una bonita fiesta. Tan absorta estaba mirando aquel fascinante mundo que se olvidó de que podía verlos sin utilizar la lupa y escuchando unos pasos que se acercaban cerró de un golpe la baldosa.
Cuando los niños salieron de la cocina, la cocinera asegurándose de no ser interrumpida volvió a abrir la baldosa en cuestión para poder ver a aquellos pequeñísimos seres. Y así lo hizo, quedándose nuevamente embelesada.
Estaba muy sonriente observando a aquellos diminutos seres cuando un tímido rayito de sol la sorprendía con el nuevo día .
-“Uff” , había pasado toda la noche mirando dentro de la baldosa y se le había pasado el tiempo sin darse cuenta, aquellos pequeñitos habitantes de la baldosa tenían algo especial que la hacían sentirse muy feliz con tan solo mirarlos y comenzó a preparar los desayunos de la casa canturreando como hacía ya años que no lo hacía.
Los días pasaban y la cocinera no dejaba pasar ninguno sin visitar a los habitantes de la baldosa de su cocina, sentía que desde que lo hacia sus días eran mejores su carácter había cambiado, estaba más positiva, más alegre y todo lo veía con una mirada más optimista.
Esa tarde, cuando estaba asomada, pudo ver como por una minúscula escaleritas de cuerdas se deslizaban otros seres muy pequeñitos y todos se besaban y abrazaban intercambiando regalos y cariño. Esbozó una risita de alegría que sin saber cómo fue escuchada por aquellos pequeños que con asombro miraron a la cocinera que trataba de esconderse para no asustarlos. Cuando Jo la vio le preguntó que si hacía mucho tiempo que estaba allí. La cocinera no podía dar crédito, podía escucharlos y algo nerviosa respondió que días y noches.
-“Pero… en mi mundo eso es mucho tiempo”, dijo Jo.
La cocinera pidió disculpas por haber sido descubierta fisgoneando pero entonces mar se apresuró a decirle que no pasaba nada, que ella ya no podía ser peligrosa para ellos porque si podía escucharlos era porque su corazón se había transformado y había absorbido toda la energía positiva que desprendían. Pero que debería tener cuidado pues si alguien de la casa descubría su hogar correrían verdadero peligro. La cocinera los tranquilizó y prometió no ser tan curiosa y estar siempre muy atenta a aquella baldosa para que nunca tuviesen problemas.
Su vida dio un giro tan grande que decidió quedarse en la casa pues ahora tenía una pequeña familia a la que cuidar y proteger de los riesgos exteriores.
Y gracias a estos seres pequeños pero de grandes sentimientos y mayor corazón empezó a ser feliz y a valorar las cosas pequeñas que en realidad son las que te llevan a hacer las cosas grandes.
Ah!.. Cuando friegues, escurre bien la fregona y no dejes charcos puedes inundar las casas de los seres diminutos
Estos seres son muy diminutos, son prácticamente imperceptibles para el ojo humano, y digo casi, y digo bien, pues en esta historia que paso a contaros alguien logró verlos, asomándose a la única entrada que tenía el país y lo hizo sin ser consciente de lo que hacía.
Los habitantes de las baldosas de esta historia vivían en las baldosas de la cocina, pero pueden vivir en las del salón, los dormitorios, los cuartos de baños, el jardín… Pero dependiendo de en qué baldosas vivan así eran sus costumbres, trabajos, alimentación…
Nuestros diminutos amigos estaban recién llegados a la cocina pues anteriormente habían vivido uno en el salón y la otra en un despacho, pero al unir sus vidas se marcharon a la cocina. Estos diminutos seres tenían por nombre Peque Jo y Peca Mar y eran muy felices. El carácter de los habitantes de las baldosas es alegre, cantarín , son trabajadores natos, ordenados y muy positivos.
Pues una alegre mañana de verano Jo y Mar después de arreglar su baldosa invitaron a sus familiares a conocer las baldosas de la cocina. Estaban muy contentos porque iban a recibir visita en su hogar.
En el piso de arriba la cocinera pelaba patatas para preparar una gran tortilla que serviría junto con una sopa de comida para toda la familia. Estaba cansada, sus días eran una verdadera rutina y acababa tan agotada de cocinar y limpiar toda la cocina que no tenía nunca tiempo de sentarse a leer un buen libro, con todos los que tenían en casa. Al levantarse para lavar las patatas ya peladas se cayó justo encima de la baldosa de nuestros amigos Jo y Mar un trocito de monda de patata. La cocinera, contrariada por su torpeza, se agachó refunfuñando, pues agacharse no le gustaba nada ya que sus viejas piernas le habían jugado en más de una ocasión algunas malas pasadas al levantarse. Pudo darse cuenta que la baldosa en cuestión estaba algo movida y con arenilla. Entonces lo tuvo muy claro;
-“Por aquí tiene que haber hormigas o cucarachas”, pensó,“ prefiero las hormigas, pero cuando termine de cocinar ya veré como soluciono el problema, no quiero que mi cocina se llene de bichos” y continuó cocinando.
Jo y Mar no pudieron escuchar las intenciones de la cocinera porque sus oídos eran demasiado diminutos para escuchar a tanta distancia y prosiguieron con sus quehaceres canturreando y jugueteando.
El día pasó sin ningún contratiempo, la chica que limpiaba la casa de los que vivían arriba, limpió la cocina fregando el suelo, dando por finalizada las tareas del día, cuando esto ocurría, los habitantes de las baldosas tenían que correr unos teloncitos impermeables para que sus aposentos no se inundasen y cuando el reloj marcaba el tiempo de secado volvían a desplegarlo para que el aire y la luz entraran por las diminutas rendijas de su baldosa.
Jo y Mar estaban pensando en aumentar la familia pero querían vivir un tiempo en esta baldosa de la cocina para comprobar su seguridad, no querían precipitarse en la decisión más importante de sus vidas, y mientras esperaban el tiempo oportuno, todo transcurría con normalidad.
Los habitantes de las baldosas duermen muy poquito y siempre lo hacen apoyados uno contra otro, con las piernecitas en alto, solo utilizan un diminuto cojín ovalado para sentarse. Mientras los habitantes de arriba seguían con sus rutinas diarias, la cocinera pasaba sus días cocinando y dando de comer a todos y también escuchando las confidencias de unos y otros (es que a los seres grandes nos encanta relatar nuestros problemas y alegrías al calor de una cocina con una buena taza de café o chocolate, a ser posible acompañadas de algo para mojar).
La cocinera estaba muy triste y pensaba dejar de trabajar en la casa que tantos años había dado trabajo, cobijo y cariño tanto a ella como a su madre tiempo atrás porque las cosas habían cambiado mucho por allí y ya no se sentía bien, ni era feliz con la vida que llevaba. Pasaban los días y nunca ocurría nada nuevo. Pensaba que la vida se le escapaba entre aquellas paredes. Nunca había visto el mar, ni había viajado, solo cocinaba, cuidaba de los pequeños y escuchaba los problemas de los otros trabajadores y las quejas de los dueños. Todo eso la estaba sumiendo en una profunda tristeza, necesitaba conocer otros lugares y sentir que su vida servía para algo más que freír pescado o escuchar problemas mientras intentaba leer la novela que tenía abandonada por falta de tiempo. Aquella tarde estaba dispuesta una vez terminada sus tareas hablar, primero con sus compañeros y después con sus jefes… pero ocurrió algo que lo cambió todo.
Pululando por la cocina, tropezó con la baldosa una vez más y decidió levantarla. Al hacerlo no podía dar crédito a lo que sus ojos creyeron ver y corrió al despacho del Señor a coger el juego de lupas y las utilizo una por una y al llegar a la de mayor aumento, entonces pudo comprobar con asombro que allí vivía una familia;
-“ Pero…. es imposible”, pensó,” son diminutos” y al inclinarse para intentar localizarlos pudo darse cuenta que había dos seres allí dentro y que estaban preparando una bonita fiesta. Tan absorta estaba mirando aquel fascinante mundo que se olvidó de que podía verlos sin utilizar la lupa y escuchando unos pasos que se acercaban cerró de un golpe la baldosa.
Cuando los niños salieron de la cocina, la cocinera asegurándose de no ser interrumpida volvió a abrir la baldosa en cuestión para poder ver a aquellos pequeñísimos seres. Y así lo hizo, quedándose nuevamente embelesada.
Estaba muy sonriente observando a aquellos diminutos seres cuando un tímido rayito de sol la sorprendía con el nuevo día .
-“Uff” , había pasado toda la noche mirando dentro de la baldosa y se le había pasado el tiempo sin darse cuenta, aquellos pequeñitos habitantes de la baldosa tenían algo especial que la hacían sentirse muy feliz con tan solo mirarlos y comenzó a preparar los desayunos de la casa canturreando como hacía ya años que no lo hacía.
Los días pasaban y la cocinera no dejaba pasar ninguno sin visitar a los habitantes de la baldosa de su cocina, sentía que desde que lo hacia sus días eran mejores su carácter había cambiado, estaba más positiva, más alegre y todo lo veía con una mirada más optimista.
Esa tarde, cuando estaba asomada, pudo ver como por una minúscula escaleritas de cuerdas se deslizaban otros seres muy pequeñitos y todos se besaban y abrazaban intercambiando regalos y cariño. Esbozó una risita de alegría que sin saber cómo fue escuchada por aquellos pequeños que con asombro miraron a la cocinera que trataba de esconderse para no asustarlos. Cuando Jo la vio le preguntó que si hacía mucho tiempo que estaba allí. La cocinera no podía dar crédito, podía escucharlos y algo nerviosa respondió que días y noches.
-“Pero… en mi mundo eso es mucho tiempo”, dijo Jo.
La cocinera pidió disculpas por haber sido descubierta fisgoneando pero entonces mar se apresuró a decirle que no pasaba nada, que ella ya no podía ser peligrosa para ellos porque si podía escucharlos era porque su corazón se había transformado y había absorbido toda la energía positiva que desprendían. Pero que debería tener cuidado pues si alguien de la casa descubría su hogar correrían verdadero peligro. La cocinera los tranquilizó y prometió no ser tan curiosa y estar siempre muy atenta a aquella baldosa para que nunca tuviesen problemas.
Su vida dio un giro tan grande que decidió quedarse en la casa pues ahora tenía una pequeña familia a la que cuidar y proteger de los riesgos exteriores.
Y gracias a estos seres pequeños pero de grandes sentimientos y mayor corazón empezó a ser feliz y a valorar las cosas pequeñas que en realidad son las que te llevan a hacer las cosas grandes.
Ah!.. Cuando friegues, escurre bien la fregona y no dejes charcos puedes inundar las casas de los seres diminutos