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Empezaba la jornada como cada día, cansado, pues los niños no lo habían dejado dormir bien para la dura tarea que tenía por delante. Pero él sonreía de felicidad al saber que el trabajo que realizaría esa larga jornada era para que sus cinco hijos estuvieran bien atendidos y alimentados.
Cuando concluyó la mañana y sonaron las sirenas de la fábrica de cementos, Manuel limpió el sudor de su frente y recordó que era la hora de comer y que se sentaría a la mesa con su mujer y sus hijos. El cansancio de de toda la jornada lo dio un día más como bien empleado.
Canturreaba en voz muy baja una vieja melodía de una película que su esposa y él fueron a ver una noche de verano al cine del pueblo y cuando cruzaba la esquina justo antes de entrar en casa silbaba más fuerte para que los niños salieran a saludarle. Todos corrían rodeando a su padre menos el más pequeño que su esposa sacaba en brazos para saludar a Manuel que venía cansado pero feliz.
Una vez terminada la comida, Manuel descansaba un poco en el sillón para retomar el turno de tarde, eran muchas bocas que alimentar y Mercedes, su mujer, con el más pequeño siempre encima, se marchaba a la rivera para lavar la ropa de tantos como eran en casa mientras los demás la acompañaban y jugueteaban a su alrededor.
Así pasaron inviernos y veranos primaveras y otoños.
Los chicos fueron creciendo y haciendo su vida…su compañera del alma una noche durmió para siempre y Manuel vio sus años pasar algo más solo cada vez. Hasta que una fría mañana de invierno su hijo el pequeño le dijo: “Padre, móntese en la mula que vamos de viaje, no se preocupe por el equipaje que ya se lo ha hecho mi mujer”.
“Tenga Usted esta manta, que el camino al asilo es larga y hace frío, no vaya a resfriarse”. Entonces el viejo Manuel sacó su navaja del bolsillo y comenzó a partir la manta en dos.
-“¿Qué hace Usted, padre?, no hace falta que la parta, yo soy joven y no la necesito”.
-“No, hijo mío”, su padre, “es para que guardes esta mitad de la manta, para el día que también tu hijo te lleve al asilo”
Cuantas gotas de sudor y sonrisas de todos los Manueles de la vida quedaron encerradas en esa vieja fábrica mezclada en el cemento de las casas de tantos hijos que dan a sus padres como recompensa una vieja y partida manta???
A todos los Abuelos, Padres, hijos, nietos…. De tantos hombres que se arroparon un día y se siguen arropando con las mantas del silencio y el miedo por la ingratitud de aquellos a quienes tanto quisieron.
Con todo mi cariño para el blog "Las historias de mis abuelos"