
Corrían aires místicos por aquellos parajes, más aires que místicos, diría yo, después del paso del tiempo.
Un puente de madera sostenía nuestras ilusiones y sueños guardando los secretos que le permitían sus viejas fuerzas (por decirlo de una forma elegante).
Aquellos eran tiempos de felicidad; un reloj marcaba incesantemente las horas en Re, que son las horas felices, todo era tan sencillo como la luz de una vela o un lavabo compartido. Yo escribía historias de dragones y princesas y él cantaba canciones de Amor y denuncia... así corrieron años de confidencias y complicidad.
Pero en aquella historia aparecieron también las hermanas siniestras, que no tardaron en desplegar su oscuro velo de tristeza, machacaron nuestras ilusiones de niños y nuestras verdades (olvidaba mencionar que mi amigo es un citruéñigo blanco y estos citruéñigos, como todo el mundo sabe, están hechos sólo de Verdad), enterraron lo único que él creía en una fosa común para que nunca pudiera encontrarlo y se alejaron en la oscuridad como sólo saben hacerlo los cobardes.
Entonces mi citruéñigo sintió dolor y se sellaron sus labios. Ya no hubo confidencias en el viejo puente y los cuentos de princesas se convirtieron en historias de brujas y nuestro reloj común dejó de marcar las horas en Re.
Como quien perdió todo, mi citruéñigo, comenzó a pulular por los rincones sin más carga ni equipaje que un Amor por conjugar y con miedo, tanto que decidió mirar a través de sus cristales para evitar que los aires de tristeza, que las hermanas siniestras habían traído, empañaran su corazón (aunque hubo quien decidió pensar que se escondía detrás de ellos).
...Pasaron muchos inviernos hasta que un rayito de Paz llegó de nuevo a nuestras vidas, tengo que decir que el que llegó a la mía aún sigue aquí (y espero que nunca se vaya) y los dos rayitos que llegaron a la suya también están aquí, calideciendo su alma.
Y los tiempos de tristeza fueron y vinieron, pero cada vez venían más de frente y se marchaban con la luna llena para que así, al menos, podamos ver hacia dónde se dirigen. Los rayitos de Paz trajeron en sus manos un reloj nuevo, que ya no marca las horas en Re pero sí en La Mayor.
Espero que algún día mi citruéñigo me pida que busquemos esa fosa y rescatemos a su Dios que aún permanece debajo del puente.
Hoy también corren aires, pero ya no llevan tristeza, son aires de Paz cargados de ilusiones nuevas y compartidas por duendes y hadas que son escudos perfectos contra las hermanas siniestras.
Ahora vamos construyendo nidos para vivir que sostienen nuestros corazones llenos de Paz.
Un puente de madera sostenía nuestras ilusiones y sueños guardando los secretos que le permitían sus viejas fuerzas (por decirlo de una forma elegante).
Aquellos eran tiempos de felicidad; un reloj marcaba incesantemente las horas en Re, que son las horas felices, todo era tan sencillo como la luz de una vela o un lavabo compartido. Yo escribía historias de dragones y princesas y él cantaba canciones de Amor y denuncia... así corrieron años de confidencias y complicidad.
Pero en aquella historia aparecieron también las hermanas siniestras, que no tardaron en desplegar su oscuro velo de tristeza, machacaron nuestras ilusiones de niños y nuestras verdades (olvidaba mencionar que mi amigo es un citruéñigo blanco y estos citruéñigos, como todo el mundo sabe, están hechos sólo de Verdad), enterraron lo único que él creía en una fosa común para que nunca pudiera encontrarlo y se alejaron en la oscuridad como sólo saben hacerlo los cobardes.
Entonces mi citruéñigo sintió dolor y se sellaron sus labios. Ya no hubo confidencias en el viejo puente y los cuentos de princesas se convirtieron en historias de brujas y nuestro reloj común dejó de marcar las horas en Re.
Como quien perdió todo, mi citruéñigo, comenzó a pulular por los rincones sin más carga ni equipaje que un Amor por conjugar y con miedo, tanto que decidió mirar a través de sus cristales para evitar que los aires de tristeza, que las hermanas siniestras habían traído, empañaran su corazón (aunque hubo quien decidió pensar que se escondía detrás de ellos).
...Pasaron muchos inviernos hasta que un rayito de Paz llegó de nuevo a nuestras vidas, tengo que decir que el que llegó a la mía aún sigue aquí (y espero que nunca se vaya) y los dos rayitos que llegaron a la suya también están aquí, calideciendo su alma.
Y los tiempos de tristeza fueron y vinieron, pero cada vez venían más de frente y se marchaban con la luna llena para que así, al menos, podamos ver hacia dónde se dirigen. Los rayitos de Paz trajeron en sus manos un reloj nuevo, que ya no marca las horas en Re pero sí en La Mayor.
Espero que algún día mi citruéñigo me pida que busquemos esa fosa y rescatemos a su Dios que aún permanece debajo del puente.
Hoy también corren aires, pero ya no llevan tristeza, son aires de Paz cargados de ilusiones nuevas y compartidas por duendes y hadas que son escudos perfectos contra las hermanas siniestras.
Ahora vamos construyendo nidos para vivir que sostienen nuestros corazones llenos de Paz.