Esta es una historia de hadas, pero distinta a todas las demás. En esta historia había una ciudad grande, como todas las grandes, y mágica, como todas las mágicas, y en la ciudad un hermoso palacio en el que vivía una linda princesa.
Estaba rodeada de todos sus súbditos; un pequeño hombrecillo vestido de colores que saltaba continuamente a su alrededor intentando hacerla sonreír con un estúpido sombrero llenito de cascabeles que sonaban y sonaban al compás de sus torpes movimientos, dos damas de compañía, de culo gordo y mirada distraída, que hacían de sus días un auténtico aburrimiento...
Nuestra pequeña princesa suspiraba tras una de las ventanas de su hermoso palacio y soñaba que era una niña normal, jugando con otros niños, que podía comer con las manos y mancharse de barro, podía meter los pies en los charcos y llenarse la nariz con el almíbar de los caramelos.
Mientras suspiraba, el pequeño hombrecillo saltaba a su alrededor irritando más y más a nuestra princesa. Pero: ¿qué estaba pasando al otro lado de la gran ciudad?, otra niña soñaba con ser una princesa y tener vestidos de puntillas rosas y lazos en el pelo, llevar tirabuzones y tomar finos pasteles, dar clases de francés y ser admirada por toda la corte...y, entonces, algo extraño sucedió, no sólo sus pensamientos se cruzaron, saltando chispas de mil colores, si no que sus deseos se convirtieron en realidad.
De repente nuestra princesa se encontró en medio de la gran ciudad, rodeada de niños que tiraban piedras a las ventanas de un viejo almacén.
-"¡Qué divertido!”, pensó la princesa, y comenzó a lanzar piedras a las ventanas (tengo que decir, que para no haberlo hecho nunca, tenía muy buena puntería).
Saltó en los charcos, tomó dulces, se manchó de barro, corrió, cantó y fue feliz, pero al llegar la noche se sintió sola y perdida.
Todos los niños de la ciudad volvieron a sus casas y ella vagó por aquellas oscuras calles. No tenía miedo porque sabía que cuando el sol asomara por las montañas todo volvería a ser como el día anterior y jugaría, correría y no tendría que volver a soportar a sus odiosas damas de compañía, al estúpido hombrecillo y a los trajes llenos de puntillas y adornos que tanto la incomodaban.
Y decidió no volver a pensar en lo que un día le tocó ser, una princesita sin corona, porque a ella, lo que le gustaba realmente es ser una rana.
“Es mejor ser rana y bañarse en una charca que ser princesa y hacerlo en una bañera de plata”.
Para mi rana favorita, que un día llenó mi vida de sueños tan libres como el mar.